La parálisis paradigmática ante un desafío desmesurado demuestra que no hemos seguido la preparación necesaria a fondo para reaccionar “estratégicamente” y, por lo tanto, las consecuencias negativas admitidas con resignación y dicho con exclamación, “nadie estaba preparado”. Sea como sea, el hecho es la omnipresente incertidumbre. Claro que no se puede culpar a nadie, pues “el sistema así funcionaba”, era lo normal, era así o nada. Sí, se comprende. Pero tal vez, la frustración mayor es el hecho de haber invertido tanto en nuestra educación, en estudios adicionales, maestrías, diplomados, capacitación, incluyendo estudios en el extranjero, ¿y por qué lo esencial no lo aprendimos?
Por lo tanto, lo que sabemos de estrategia ha sido un aprendizaje de una enseñanza equivocada, un mal entendido claro está, pero que ha ayudado a muy pocos y confundido a la mayoría, que nos ha conducido a comportarnos sin saberlo dentro de la estrategia de otros que si lo han sabido por alguna razón intuitiva o privilegiada. Quiero hacer énfasis en esto. La palabra estrategia es seductora, rimbombante, cautivadora, es atractiva, nos inspira hacia algo más elevado del pensamiento. En nuestra percepción cerebral sobre esta palabra está asociada a algo muy sabio, a un plano de mayor inteligencia y nos es deseable usar la palabra estrategia ante los demás porque sabemos que nos da estatus de inteligencia superior, cultura, caché y obviamente, nos hace ver y destacarnos en poseer un alto nivel de pensamiento experto, es decir, que sí pensamos a fondo para ver lo que otros no pueden ver y saber, y por lo tanto, pertenecemos a una élite aparte de gran importancia de nuestra especie humana, a nuestro circulo de influencia, da buena impresión y da una imagen sobresaliente.
¿Por qué? Porque la palabra estrategia vende, aunque no sepamos qué es. Y puesto que, y “disque” ser estratega es ser algo enigmático, es algo reservado a unos cuantos, a los dioses del olimpo y que un mortal tenga acceso a ese plano superior de pensamiento pues atrae y vende. Es un blof y un caché sutil, retórica seductora, suave, “buen rollo” que es rentable, aunque en el fondo no se sepa en realidad de lo que se está hablando.